sábado, 19 de septiembre de 2009

El clima en Uruguay

Uruguay y el cambio climá

Inundaciones, violentas granizadas, sequías, feroces temporales: el tiempo no cesa de buscar su lugar en la vida cotidiana de los uruguayos. Pero esta sensación generalizada de que el clima está cambiando a pasos agigantados, según los expertos, aún no es verificable científicamente en nuestro pequeño territorio. Hay algunas tímidas transformaciones, es verdad, pero sobre todo la creciente mediatización de los informes del tiempo y una lucha frenética por el rating.

Existe una percepción general en la población de que el clima ha perdido la cordura. De que ya nada es previsible bajo el cielo, porque además de que los pronósticos meteorológicos han resultado en los últimos tiempos algo erráticos, las condiciones climáticas están siendo desconcertantes: veranos invernales y otoños de playa, ciudades que se inundan en horas, sequías que jaquean la economía, granizadas que muelen en minutos los techos de un pueblo entero, temporales que arrasan con todo y cobran vidas humanas.

Sin embargo, para los expertos se trata sólo de un fenómeno de percepción. O mejor dicho, no se puede decir científicamente que el clima de Uruguay ha cambiado.

Según Mario Caffera,* “históricamente nuestro país tiene una tremenda variabilidad interanual. Ha nevado más frecuentemente a comienzos de siglo y suele haber alguna pequeña nevada perdida en invierno en las sierras de la que nadie se entera, los vientos fuertes siempre se dieron, hubo temporales tremendos en todas las épocas. Estamos en la zona de máxima frecuencia de tornados de América del Sur. Había un balneario cerca de donde está hoy la compañía del gas que fue desecho por un temporal. Lo que pasa es que antes en los servicios meteorológicos se negaba la existencia de tornados y en algunas estaciones no cifraban el granizo porque no podía decirse que había granizado”.

Para Andrés Acosta** “en términos de país, salvando los perjuicios del efecto invernadero y el deterioro de la capa de ozono, no se puede hablar de grandes cambios climáticos. No son nuevos estos episodios: hay fenómenos que se repiten en el tiempo cíclicamente como las sequías, las inundaciones y los vientos. Me acuerdo de no haber podido cruzar el arroyo Pando hace muchos años porque estaba crecido en el mes de enero, y las inundaciones del 59 se dieron en abril, saliendo del verano”. En su opinión, el episodio ocurrido en Rocha la semana pasada fue un fenómeno normal en cuanto a caída de agua. “Pero lo que pasa es que tenemos un enemigo en el mundo que es el plástico y obstruye los tubos de desagüe” provocando estas crecidas en pocas horas. Según Acosta, “en las últimas inundaciones de California, París y San Pablo se supone con bastante firmeza que además de las abundantes lluvias, la mala conservación y la obstrucción de los desagües por envases de plástico fueron determinantes”. En Rocha seguramente pasó eso, deduce el especialista.

Caffera piensa que es posible que algunos fenómenos climáticos estén siendo un poco más frecuentes o más intensos, pero como se trata de eventos fortuitos se necesitarían como 200 años de estudios para calcular si aumentaron de algún modo. “Podemos tener el pálpito, pero no lo podemos asegurar porque monitorear la frecuencia de esos fenómenos es muy difícil”, afirma. Además actualmente hay mejores comunicaciones y circula mucha más información. También resulta evidente que los uruguayos se han acostumbrado a una muy baja exposición a fenómenos naturales catastróficos o a la hostilidad climática. En consecuencia, se instaló, según Caffera, un problema más grande, que “es la actitud de Uruguay frente a los fenómenos severos. Escondemos la cabeza como el avestruz y hacemos como si ninguno de los eventos fuera a repetirse. Decimos: pasó, qué alivio y ahora que le toque a otro, o por lo menos que no me toque a mí. Eso viene de la herencia gauchesca trashumante. Es lo mismo que dejar todo tirado y sucio, qué te importa si vos te vas y aquí no viene nadie”.

Sin embargo se mueve

La temperatura asciende, los océanos se calientan, los glaciares se derriten, el nivel del mar avanza, crecen los incendios sin control y se achican los lagos. Las costas se erosionan, los ríos de montaña se evaporan, la primavera llega antes, el otoño viene más tarde y las plantas florecen prematuras. Los pájaros anidan más temprano, algunos anfibios desaparecen y los corales se vuelven pálidos. El clima global está cambiando y ya casi no existen dudas de que la actividad humana y la emisión de gases influyen decisivamente en ese proceso. La mayoría de los expertos aseguran que el problema radica en la velocidad con que el clima está mutando. “Si las actuales emisiones de gases continúan, el mundo afrontará el índice más rápido de cambio climático de los últimos 10 mil años. Esto puede potencialmente alterar la circulación de las corrientes oceánicas y cambiar radicalmente las pautas climáticas existentes”, señalan los científicos Thomas Karl y Kevin Trenberth en la revista Science.

Para Caffera el derretimiento de los polos y el calentamiento general de las aguas oceánicas superficiales están ocurriendo a un ritmo muy acelerado. Y se trata de un proceso irreversible. El aumento de gases de invernadero se puede apreciar en la cantidad de anhídrido carbónico disuelto en los hielos antárticos y de Groenlandia, y tiene su correlato en el aumento de temperatura del planeta.

Lograr corregir o disminuir el daño controlando la emisión de estos gases parece una tarea difícil. La civilización entera está fundada en la quema de combustibles fósiles. El progreso de las potencias y casi todas las actividades humanas se basan en esa matriz energética que en pocos decenios está dilapidando una acumulación de millones de años de energía solar.

En nuestro país, por ejemplo, las precipitaciones aumentaron a fines del siglo pasado un 20 por ciento, la temperatura casi un grado y el mar ha subido 11 centímetros. Montevideo registra un avance marino importante y sostenido. Se observó que entre 1992 y 2004 el lugar de océano abierto que más creció en todas las Américas es justo enfrente al Río de la Plata.

Las posibles consecuencias de este avance del mar no sólo se evidencian en centímetros, “cuando haya un temporal el agua va a llegar más adentro y va a romper más. Va a repercutir directamente en la obra civil”, dice Caffera. Pero también puede perjudicar algunos humedales como los de las lagunas de Rocha. “El riesgo potencial de una invasión de agua salada fuera de época es mayor y eso atentaría contra ese ecosistema de un modo que no me es posible evaluar, pues no soy idóneo para ello”, asegura.

Según Acosta, el tema más inquietante para Uruguay es precisamente la suba en el nivel del mar. Porque somos un país muy bajo y por tanto más vulnerable. De todas formas considera que no es mucho lo que se puede hacer al respecto ya que “tampoco tenemos ni la superficie ni los medios como para parar la cosa. Siempre nos van a venir consecuencias de otros lados”.

Caffera, por su parte, remarca que los lugares de la costa realmente problemáticos no son todos y que existen estudios que indican “que la vulnerabilidad mayor en el Río de la Plata está del lado argentino”.

Secos o inundados

Cuando hablamos de inundaciones hablamos de problemas urgentes, de casas hundidas en el agua en apenas horas, de familias enteras que quedan en la calle y sin nada. Las inundaciones de 2001-2002 causaron en Uruguay unos 3 millones de dólares en gastos y daños. Desde el punto de vista técnico se sabe que aquí las inundaciones son casi siempre de evolución rápida, aunque el daño es siempre muy alto.

En el otro polo están las sequías, que si bien tienen una instalación lenta y paulatina, generan un impacto mucho más devastador y peligroso. Es el evento de mayor perjuicio económico y social porque sus efectos son mayores que los costos de las pérdidas directas. Sobre todo en el sector agropecuario. La registrada en 1999-2000, por ejemplo, según un estudio realizado por la DINAMA, produjo pérdidas por 210 millones de dólares.

Un viejo dicho popular que sobrevive aún en campaña reza “prefiero morir ahogado y no de sed”. La metáfora encierra el conocimiento de los efectos perjudiciales que conlleva la sequía en comparación con las inundaciones. Para Caffera los impactos de un fenómeno y otro no se pueden comparar: con la sequía las pérdidas monetarias son mayores. Pero además existen los gastos no considerados, como el aumento del costo de la energía eléctrica, las pérdidas por corte de energía, los daños por falta de agua potable o agua industrial, la reducción del número de productores y de empresas rurales puesto que cierran para siempre, las producciones que no se recuperan, los ingresos y las inversiones que se pierden. “En cada sequía se pierden establecimientos y familias enteras abandonan el campo y muchas de esas personas terminan como marginados. Eso tiene poca prensa y nos llenamos la boca con el país agropecuario”, dice Caffera.

En la sequía de 2004, según el técnico, “ni OSE ni UTE tenían cálculos del impacto del fenómeno en el desarrollo de sus actividades. No era su cometido. Su competencia es brindar el servicio, producir como empresa y no hacer este tipo de proyección de impacto social”. Pero tampoco se pudo encontrar ningún proyecto sobre cuenca en el tema sequía: “No hay nadie estudiando un plan de contingencia, y ese es el problema más grave”, opina.

La meteorología del rating

La mediatización de la información meterológica en nuestro país introdujo algunos problemas. Según Caffera, “cuanto más se mediatiza menos se valoriza al técnico y más se realza al gurú. La mediatización terminó siendo perversa. Se transforman en showmen porque colaboran con el rating”. Los medios masivos, afirma, establecieron una paradoja cultural que situó a los fenómenos climáticos como una cuestión de fe. “La gente dice que le cree más a uno que a otro y se termina manipulando una información que no debería ser manipulada. La previsión es un tema de recursos. No se puede andar generando pánico ni confusión”, agregó.

Para Acosta “aquí los pronósticos dicen disparates tremendos. Luego del 23 de agosto Vázquez Melo dijo que se repetiría el temporal y recomendó un montón de medidas como si fuera a suceder una catástrofe. Nadie sensato puede pensar que a los tres días se podían repetir las condiciones de un fenómeno que se da cada 50 años”. Este apresuramiento en emitir pronósticos climáticos, en su opinión, residiría en que “hay varios funcionarios de meteorología que funcionan como empresas privadas, compiten entre sí y han desatado una suerte de terrorismo verbal por la ansiedad de ganarle al otro en aciertos. Hemos llegado a un estado en el cual uno dice que es meteorólogo y se te matan de risa. Cuando debería ser un tema muy serio”.

* Licenciado en ciencias meteorológicas en la Universidad de Buenos Aires, y obtuvo la maestría en ciencias ambientales en la especialidad meteorología agrícola en Bélgica. Fue durante 31 años funcionario del Servicio Meteorológico Nacional y cuenta con 12 años de docencia universitaria en la Facultad de Ciencia en la Unidad de Meteorología. Es miembro activo de la ONG Amigos del Viento y ha realizado varias consultorías nacionales e internacionales referidas a temas climatológicos.

** Ingeniero agrónomo y agrometeorólogo experto de las Naciones Unidas, meteorólogo clase 1 del Servicio de Meteorología Nacional de España. Profesor colaborador honorífico del Departamento de Hidráulica e Hidrología de la Universidad de Valladolid.


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